En
su segunda película como director, Ed Harris incursiona en un género
agónico, que a veces muestra raros chispazos de longevidad. Este el caso
de Entre la Vida y la Muerte (Appaloosa), un sugestivo western semi-nostálgico,
pero indicado para los tiempos que corren, al abordar con cierta profundidad
el carácter intrínseco de sus personajes principales. Como actor,
cabe enfatizar que Harris ya transitó territorios colindantes, en esa
curiosa especie de acid western cargada de absurdos llamada Walker (Alex Cox,
1987), además de obtener el protagónico para la pantalla chica,
en la elogiada Riders Of The Purple Sage (Charles Haid, 1996). Por consiguiente,
en esta reciente experiencia, lo intuimos en su salsa bajo la piel del comisario
Virgil Cole, quien junto a su fiel compañero Everett Hitch (Mortensen),
buscan destruir al tiránico estanciero Randall Bragg (interpretado sin
esfuerzo por el menospreciado Jeremy Irons), debido al terror que ha sembrado
entre los lugareños de un pueblito perdido en aquel polvoriento y descarriado
Nuevo México de fines del siglo XIX.
Decir que el filme trepa con sagacidad los riscos psíquicos de otras
obras cercanas en su estilo (El Jinete Pálido, Los Imperdonables, Pacto
de Justicia), sin caer en la acción burda para llenar el ojo, o el manejo
peyorativo de algunos estereotipos, es engendrar expectativas que no escapan
a la verdad y el espectador en potencia las merece. Aquí se revaloriza
básicamente la lealtad entre semejantes, una virtud en vías de
extinción y Viggo Mortensen es el portavoz de ese mensaje. Entrecruzando
miradas cómplices con Harris, afronta un papel comedido brillando con
naturalidad, merced al apoyo acompasado del director, en una doble función
meritoria. Y si bien Renée Zellweger, como una presencia femenina de
lastimosa vaguedad, recarga su composición con tercos pucheritos, no
mancilla la notable labor de la dupla central.
Para mejor, la cinta reúne una acertada reconstrucción paisajística
sin excesos, con el amparo incidental apropiado en las cadencias modosas, levemente
jazzies de Jeff Beal, cercenada en los créditos finales por un tema de
Tom Petty & Mudcrutch, para restablecerse con la voz del propio Ed Harris,
en un debut como solista country de esmerada factura. Quizás equivalente
en determinado oyente casual, a los registros tradicionales de Johnny Cash,
Waylon Jennings o Kris Kristofferson, aunque parezca todavía imprudente
sustentarlo, frente a tan solo dos breves tracks incluidos en la banda de sonido
oficial.
Marcelo Rey